viernes, 27 de agosto de 2010

profuso


" En el silencio de la tarde, allá sobre la campiña desierta, aquella casita, no obstante su aspecto de chalet industrioso, tenía una especie de triste dulzura, algo de sepulcro nuevo en el emplazamiento de un antiguo cementerio. Cuando llegué a la verja, noté que en el jardín había rosas, rosas de otoño, cuyo perfume aliviaba como una caridad la fatigosa exhalación de las trillas. Entre las plantas que casi podía tocar con la mano, crecía libremente la hierba; y una pala cubierta de óxido yacía contra la pared, con su cabo enteramente liado por una guía de enredadera. Empujé la puerta de reja, atravesé el jardín, y no sin cierta impresión vaga de temor fui a golpear la puerta interna. Pasaron minutos. El viento se puso a silbar en una rendija, agravando la soledad. A un segundo llamado, sentí pasos; y poco después la puerta se abría, con un ruido de madera reseca. El dueño de casa apareció saludándome. Presenté mi carta. Mientras leía, pude observarlo a mis anchas. Cabeza elevada y calva; rostro afeitado de clergyman; labios generosos, nariz austera. Debía de ser un tanto místico. Sus protuberancias supercialiares, equilibraban con una recta expresión de tendencias impulsivas, el desdén imperioso de su mentón. Definido por sus inclinaciones profesionales, aquel hombre podía ser lo mismo un militar que un misionero. Hubiera deseado mirar sus manos para completar mi impresión, mas sólo podía verlas por el dorso. "
Leopoldo Lugones
Un fenómeno inexplicable (fragmento), de Las fuerzas extrañas

somorgujado


(...) Regresó como una sombra que volvía de la muerte. Sombra él por fuera y por dentro. Anduvo vagabundeando por las barrancas. Allí se quedó. Los carpincheros le ayudaron después a levantar su choza al otro lado del río y a construir su balsa. Un tropero le regaló el acordeón.



Se sentía a gusto en la barranca frente a las ruinas de la Ogaguasú. Era el sitio del combate y el sitio de su amor. Necesitaba estar allí, al borde del camino de agua que era el camino de ella. Su oído aprendió a distinguir el paso de los carpincheros y a ubicar el cachiveo negro en que la muchacha del río bogaba mirando hacia arriba el rancho del pasero. (...)

"El Trueno entre las Hojas"

Augusto Roa Bastos

miércoles, 25 de agosto de 2010

Poesía para comenzar


Desde la aurora
combaten dos reyes rojos,
con lanza de oro.
.
Por verde bosque
y en los purpurinos cerros
vibra su ceño.
.
Falcones reyes
batallan en lejanías
de oro azulinas.
.
Por la luz cadmio
airadas se ven pequeñas
sus formas negras.
.
Viene la noche
y firmes combaten foscos
los reyes rojos.
José María Eguren